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Página del fotógrafo
Harsha Vadlamani
La trabajadora de la salud Kalabai Maravi va de puerta en puerta monitoreando y registrando a los aldeanos rurales que tienen síntomas de la COVID-19 en Bamhani, en un área muy adentrada en la zona central de la reserva de tigres Achanakmar en Mungeli, Chhattisgarh, India. Los trabajadores que se encuentran en la primera línea de batalla, como Maravi, son fundamentales para brindarles asistencia médica a aquellos afectados y controlar que el virus no se siga propagando.
Las hojas de tendu, que se usan como envoltorio de un cigarrillo local, se dejan secar en el suelo de una escuela en Mendrapara en Bilaspur, Chhattisgarh. Tomadas de los bosques de India central en verano, las hojas son la principal fuente de ingresos de las familias, que van a los bosques antes del amanecer para recogerlas. Tarachand Yadav, un comprador de 30 años de edad del lugar, mencionó que este año se recogieron más hojas porque las familias ven la actividad como un buen escape del miedo que tienen a la COVID-19 en las aldeas.
Manohar Patil, de 50 años de edad, sostiene una cabra de sacrificio mientras su hija y yerno le rezan en un ashram dirigido por Bhanlal Jawarkar, de 70 años de edad, derecha, en Dadida en la región de Melghat de Amaravati en Maharashtra. La familia More está segura de que Jawarkar curó a Jamuna More de cáncer hace dos años con sus oraciones luego de que los médicos se dieran por vencidos. Es un ejemplo de cómo las prácticas religiosas pueden invalidar la medicina moderna en algunas partes de la India.
El equipo médico cuida a una mujer que se desmayó mientras miraba cómo le tomaban una muestra de la nariz a su marido para corroborar si tenía hongo negro (mucormicosis) en la Unidad de Cuidados Intensivos de Government Medical College Hospital en Ambikapur en Surguja, Chhattisgarh, India.
Un técnico le hace una placa de rayos X a un hombre de 47 años de edad en la sala de COVID-19 del hospital Jan Swasthya Sahyog en Ganiyari, Chhattisgarh, India.
Un lugar de examen para la COVID-19 en el Primary Health Centre (Centro de Atención Primaria) en Khudiya, Mungeli, Chhattisgarh, India. Ese día, 12 de las 19 muestras que se tomaron dieron positivo mediante el test rápido de antígenos. La forma más confiable y precisa es la prueba PCR que solo está disponible en un hospital más grande a 19 kilómetros de distancia.
Ashik Parvez, de 28 años de edad, le pone en su celular una oración islámica a su padre Nabi Khan, de 50 años de edad, que estaba críticamente enfermo en la unidad de cuidados intensivos en el Government Medical College Hospital.
La trabajadora sanitaria comunitaria Savni Baiga les toma la temperatura a Shyamkali Baiga y sus cuatro hijos, quienes han dado positivo de la COVID-19, en Bahaud en Mungeli, Chhattisgarh. Todos están en cuarentena en su hogar. La mitad de esta aldea de 400 personas se rehúsa a ser examinada o monitoreada, a pesar de que hay 16 casos activos.
El cadáver de una mujer de 18 años de edad envuelto en plástico yace en la parte de atrás de una camioneta en el hospital MAHAN Trust para transportarlo a su hogar. Solo había estado casada durante seis meses y murió de complicaciones por la COVID-19 minutos después de haber ingresado en la unidad de cuidados intensivos. Luego fue cremada en las tierras de su familia.
Los miembros de una familia de un hombre de 32 años críticamente enfermo con sospecha de sufrir una infección fúngica que afecta a los pacientes de la COVID-19, escuchan al doctor del hospital MAHAN Trust (un hospital tribal) en Amaravati, Maharashtra, India. Les aconseja que lo lleven inmediatamente a un hospital a cuatro horas de allí para que reciba un mejor tratamiento. Los lugareños creen que llevar a los pacientes a un hospital lejano es un punto de no retorno y muchos prefieren llevar a sus seres queridos a sus hogares para que fallezcan allí.